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‘127 horas’

Danny Boyle, el irlandés que irrumpió en el cine de gran categoría en 1994 con “Shallow grave” para luego, casi sin respirar, hizo el film que muchos consideran el ¡Clockwork orange” de los 90, o sea, “Trainspotting”, ha seguido demostrando durante todos estos años 90 y 2000 que sabe hacer cine y que es capaz de hacerlo, y de manera brillante, aún con relatos difíciles de llevar a las imágenes.

Pues, para probarlo, tomó un libro autobiográfico de Aron Ralston, la historia de un joven despreocupado que gustaba del montañismo, el relato intenso y apasionante de ese momento en que, merodeando por las montañas de Utah, y luego de acompañar y guiar a dos chicas por los intrincados vericuetos que él conocía bien y dominaba a la perfección, por aquello de que al mejor cazador se le escapa una liebre, da un mal paso y queda atrapado en una de las profundas grietas de la rocosa montaña, su brazo izquierdo apresado por una pesada roca.

Bien, si algo así sucede en un lugar riesgoso pero muy transitado, pues nunca se hubiera contado esta historia. Pero resulta que esas hendiduras, esas profundas grietas no son vía en uso para muchos, apenas unos cuantos osados rondan esos lugares, y la voz de Aron apenas logra sobrepasar el borde superior,,, en caso de que alguien pudiera pasar por allí, algo que él bien sabía que no era muy posible, por no decir imposible.

Entonces, pónganse cualquier de los lectores en el lugar de Aron.  En realidad, lo peor que se puede hacer en un caso semejante es no perder la calma, pensar, tratar, como hizo, de horadar la roca que apresaba el brazo con una mísera cortaplumas, algo que, a poco, se percató de que era un esfuerzo inútil. Racionar la poco agua que llevaba, los pocos alimentos, utilizar la orina, añorar un aguacero y esperar.

Pero, piensen, ¿esperar que? Entonces hay que tomar decisiones y las opciones no son demasiado fáciles de encarar.

127 horas son nada menos que cinco días y casi media hora más, y ese fue el tiempo que pasó Aron Ralston atrapado.

127 horas tuvo que reducir Danny Boyle a imágenes de una duración de una hora y 34 minutos.

Usar cámaras en una situación física como la señalada no es asunto de novatos o de individuos sin capacidad. Claro, nos dirán que eso se hizo en estudio, pero, para que una situación tan tensa y dramática produzca, precisamente, tensión en el espectador, para que no se sienta agobiado por el aburrimiento de ver siempre lo mismo, hay que saber construir ese set para que de esa sensación de agobio físico, de enclaustramiento, de sofocación y desesperación que va aumentando con cada minuto que pasa.

Y eso es lo que ha conseguido Boyle, gracias a una formidable labor fotográfica, a una edición que mezcla el trance físico con los comentarios del atrapado, con sus recuerdos, todo eso que se nos viene  a la mente cuando estamos en una situación de angustia, cuando sentimos cerca el aliento de la Parca. Imágenes, edición, música, sonido y parlamentos son combinadas por Boyle con enorme destreza, y algo más que le ayuda: James Franco, en una actuación que le eleva de categoría, que le sitúa entre los mejores en el mundo del cine.

Vea “127 horas”, véala y aprecie lo que es saber hacer cine y ser un actor.


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